Solíamos apartarnos del oscuro pantano para no percibir sombríos
lamentos intermitentes y resonantes que aturden la cabeza haciendo eco
en nuestro interior, intimidando el alma. Uno se asusta, corre a toda
prisa, pero lo que no sabemos es que no hay que correr. No hay que correr, hay que
disfrutar, deleitarse con y del ocio. Hay que permitir que el alma se
asiente, concentre, eche raíces por doquier, como un rizoma, sin centro, sin principio ni final, en constante crecimiento.
Sin dilemas
hay que sentarse a cantar, y, cuando el viento venga a despedirnos;
caeremos en la realidad de que ya estábamos flotando entre sonetos y
coplas jamás emitidas, de colores saturados; saturados de azufre y de
lenguas flamantes, como soles obscuros y siniestros. Soles obscuros y
siniestros que devoran, destruyen y no dejan nada mas que cenizas que
son arrastradas por el viento sin dejar rastro alguno, y a su vez, deja
una huella impregnada en cada uno de todos nosotros , en nuestra piel,
nuestros pulmones en nuestra sangre. Sangre que bifurca el ser, que hace
el o los hilos que definen la vida, la vida como un todo continuo.
Todo continuo, que cuando se rompe, en ese mismo instante siente la
libertad, la adversidad, la vehemencia , la adoración por aquello púbico
abismal, y púbico estelar para no perder el tiempo perdiendo lo que
buscamos. Perdiendo lo que buscamos una y otra vez. Es un juego ,un
círculo vicioso que jamás termina, que cansa y agobia ,desangra y
derrite ,desarma y suelda, funde y evapora ,muere y resucita.
Filtrarse
de ese circulo resulta casi imposible, pues, a fin de cuentas, eso deja
de importar cuando nos damos cuenta que las cosas se caen por su propio
peso
Cuadro de Pieter Huys (Amberes, c. 1519 - c. 1584)
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